Stefan Volich
Miembro Reconocido
Entre el orgullo y la dignidad.
Este relato es un fragmento de mi vida personal que no tiene nada de especial, ni tampoco tendría porque esconder.
Hace tiempo tuve una pareja sentimental que recién comenzábamos la relación entre nosotros, sin embargo, tuve una oferta laboral fuera del estado y se habló para que no hubiese malentendido alguno. Las cosas transcurrieron con normalidad; entre nosotros siempre existía ese día en el que ya no estaríamos juntos, pero era algo hablado, nos convencimos de que no habría mayor complicación.
Para mí siempre será indispensable la confianza, de manera que yo la otorgué sin miramientos.
El día llegó, tenía que irme y por una disputa de temperamentos, no se produjo la despedida que incluiría pasión, promesas y mucho amor. Total, yo viajé desde la perla tapatía a otro estado de nuestra República. El hecho en sí acarreó problemas porque existía “ese evento” que no se produjo. Era consciente de eso, por consiguiente, siguieron meses silenciosos donde la fractura emergió entre nosotros. No se habló de acabar la relación, pero al parecer era un final anunciado.
Con el paso del tiempo, un día, sin esperarlo, volvió el contacto. Por mi parte, a pesar de encontrarme lejos, el hecho accidentado entre los dos me tenía mosqueado. No me apetecía tener nada, ni hablar con nadie. De alguna manera, pensaba que al regresar tendría oportunidad de hablarlo. Por esa sencilla razón, continué guardándome mucho tiempo.
En ese intercambio textual, nos pusimos al día, regresaron las expresiones de cariño, esos comentarios del deseo contenido, la pasión de las brasas de un amor prometedor y esa hambre de intimidad que se alimentaba tras cada anochecer. Esa dinámica nos condujo a hablar de nuestros actos, y por una razón —el estigma de la mujer sobre el hombre, donde todos somos “iguales”— ella me acusó de que seguramente tendría relaciones en el lugar donde estaba viviendo. Yo lo negué, porque hasta la fecha, nunca he intentado nada con nadie. Y cuando a mi se me ocurrió preguntar por ella, —ilusamente pensé que sería recíproco—, pues resulto que: NO.
Ella era —en sus propias palabras—, una mujer con mucha necesidad sexual, y no se iba a detener por mí. Así que me confesó que tenía un “amigo/novio” donde podía atender sus ganas “sin mezclar sentimiento”.
No quisiera aburrirlos con más conjeturas y explicaciones verosímiles sobre ese detalle, pero la conclusión es que me sentí como mierda.
Así que, yo no podía ser igual que ella, es decir, no podía ser tan vulgar y ruin para no tener autocontrol. De manera que me propuse no volver al onanismo, ni a ceder a los impulsos carnales. Después de unos días difíciles, sobre todo al inicio, logré perder toda tentación y pude sobreponerme a los impulsos, que muchas veces son un hábito solamente.
Ahora, mi regla es la siguiente: solo cuando estoy con una mujer es cuando doy rienda suelta a mis impulsos. Por supuesto, retomé mis actividades en el mundo del placer. Pero desde entonces, trato de no parecerme a esa persona vulgar y promiscua que me falló, aunque ella dijo: “deberías valorar mi honestidad”.
No me asusta la gente que consume pornografía, ni las vulgaridades, ni la promiscuidad. Solo a mi me hirieron en el orgullo y para mi fue suficiente para evitar seguir siendo lo que tanto aborrecí.
Saludos, caballeros.
Siempre suyo, Stefan Volich.
Este relato es un fragmento de mi vida personal que no tiene nada de especial, ni tampoco tendría porque esconder.
Hace tiempo tuve una pareja sentimental que recién comenzábamos la relación entre nosotros, sin embargo, tuve una oferta laboral fuera del estado y se habló para que no hubiese malentendido alguno. Las cosas transcurrieron con normalidad; entre nosotros siempre existía ese día en el que ya no estaríamos juntos, pero era algo hablado, nos convencimos de que no habría mayor complicación.
Para mí siempre será indispensable la confianza, de manera que yo la otorgué sin miramientos.
El día llegó, tenía que irme y por una disputa de temperamentos, no se produjo la despedida que incluiría pasión, promesas y mucho amor. Total, yo viajé desde la perla tapatía a otro estado de nuestra República. El hecho en sí acarreó problemas porque existía “ese evento” que no se produjo. Era consciente de eso, por consiguiente, siguieron meses silenciosos donde la fractura emergió entre nosotros. No se habló de acabar la relación, pero al parecer era un final anunciado.
Con el paso del tiempo, un día, sin esperarlo, volvió el contacto. Por mi parte, a pesar de encontrarme lejos, el hecho accidentado entre los dos me tenía mosqueado. No me apetecía tener nada, ni hablar con nadie. De alguna manera, pensaba que al regresar tendría oportunidad de hablarlo. Por esa sencilla razón, continué guardándome mucho tiempo.
En ese intercambio textual, nos pusimos al día, regresaron las expresiones de cariño, esos comentarios del deseo contenido, la pasión de las brasas de un amor prometedor y esa hambre de intimidad que se alimentaba tras cada anochecer. Esa dinámica nos condujo a hablar de nuestros actos, y por una razón —el estigma de la mujer sobre el hombre, donde todos somos “iguales”— ella me acusó de que seguramente tendría relaciones en el lugar donde estaba viviendo. Yo lo negué, porque hasta la fecha, nunca he intentado nada con nadie. Y cuando a mi se me ocurrió preguntar por ella, —ilusamente pensé que sería recíproco—, pues resulto que: NO.
Ella era —en sus propias palabras—, una mujer con mucha necesidad sexual, y no se iba a detener por mí. Así que me confesó que tenía un “amigo/novio” donde podía atender sus ganas “sin mezclar sentimiento”.
No quisiera aburrirlos con más conjeturas y explicaciones verosímiles sobre ese detalle, pero la conclusión es que me sentí como mierda.
Así que, yo no podía ser igual que ella, es decir, no podía ser tan vulgar y ruin para no tener autocontrol. De manera que me propuse no volver al onanismo, ni a ceder a los impulsos carnales. Después de unos días difíciles, sobre todo al inicio, logré perder toda tentación y pude sobreponerme a los impulsos, que muchas veces son un hábito solamente.
Ahora, mi regla es la siguiente: solo cuando estoy con una mujer es cuando doy rienda suelta a mis impulsos. Por supuesto, retomé mis actividades en el mundo del placer. Pero desde entonces, trato de no parecerme a esa persona vulgar y promiscua que me falló, aunque ella dijo: “deberías valorar mi honestidad”.
No me asusta la gente que consume pornografía, ni las vulgaridades, ni la promiscuidad. Solo a mi me hirieron en el orgullo y para mi fue suficiente para evitar seguir siendo lo que tanto aborrecí.
Saludos, caballeros.
Siempre suyo, Stefan Volich.
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